Trinidad |
En el caso de la ciudad de Trinidad, se reconoció la conservación de uno de los conjuntos arquitectónicos de mayor valor entre los asentamientos fundados por los colonizadores españoles en América. La fecha de su fundación se celebra cada año con una Semana de la Cultura Trinitaria en el mes de enero.
Construída sobre las grandes fortunas del azúcar acumulado en el adyacente Valle de los Ingenios durante el siglo XIX, las riquezas de la pre-guerra de la Independencia siguen siendo muy evidentes en Trinidad, una de las ciudades mejor conservadas no sólo de Cuba, sino también de América: mansiones de estilo colonial adornadas con frescos italianos, lámparas francesas, techos de teja roja, calles empedradas, grandes ventanales de hierro forjado, casas de color pastel y auténtico carácter del siglo XVI.
Especialmente alrededor de la Plaza Mayor, con sus bancos de hierro blanco fundido y unas altísimas palmeras reales, el ambiente tan viejo es palpable. Aquí construyeron los barones del azúcar ricos y esclavistas sus escondrijos de lujo. Uno de ellos ahora alberga el Museo Romántico. Este museo da una buena idea de cómo vivía una familia cubana acaudalada a finales del siglo XIX. Amplias habitaciones, armarios llenos de porcelana y la mejor artesanía en madera. No es el único museo, ya que Trinidad es el municipio del país que posee el mayor número de museos por cantidad de habitantes.
No obstante, su estatus de Patrimonio de la Humanidad proclamado por la UNESCO, el turismo no ha eliminado la atmósfera única de Trinidad.
La ciudad conserva un aire tranquilo, casi soporífero en sus calles adoquinadas repletas de caserones, guajiros con sus caras de cuero y burros. De hecho, uno se dará cuenta de que los ricos cubanos de hace doscientos años estaban mejor que la media cubana de ahora. Porque detrás de la Plaza Mayor emparchada se puede ver la verdadera Trinidad: las mujeres que hacen cola en la tienda del estado con su libreta de racionamiento en la mano, los niños con un balón de fútbol gastado jugando en las calles polvorientas, los viejos tocando melancólicamente su vieja guitarra, casas rudimentariamente amuebladas con la pintura descascarada y el sol que se desvanece en las fachadas. Decadencia, aún así, ¡una belleza única!.
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